4.10.12


Fragmento de Michael Lowy en La estrella de la mañana. Romper la jaula de acero

El surrealismo no es, no ha sido ni será jamás una escuela literaria o un grupo de artistas, sino un autentico movimiento de rebelión del espíritu y una tentativa eminentemente subversiva de reencantamiento del mundo, es decir, una tentativa de restablecer en el corazón de la vida humana los momentos “encantados” borrados por la civilización: la poesía, la pasión, el amor loco, la imaginación, la magia, el mito, lo maravilloso, el sueño, la rebelión, la utopia de “cambiar la vida”
Si como señalaron, vivimos en un mundo que se ha vuelto una autentica jaula de acero, el surrealismo viene a ser el martillo encantado que nos permite romper los barrotes para acceder a la libertad. El surrealismo es el puñal afilado que permite cortar los hilos de esta tela de araña aritmética, un estado de insumisión que saca su fuerza positiva, erótica y poética de las profundidades cristalinas del inconsciente. Esta orientación del espíritu esta presente no solo en las “obras” que pueblan los museos y las bibliotecas, sino igualmente en los juegos, los paseos, las actitudes, los comportamientos. La deriva es un bello ejemplo.
La quintaesencia de la civilización occidental moderna seria la acción-racional-con-finalidad, la racionalidad instrumental, ésta impregna y da forma a cada gesto.
El movimiento de los individuos en la calle es un buen ejemplo: si bien no esta ferozmente reglamentado como el de las hormigas rojas, no esta, sin embargo, menos estrictamente orientado hacia fines racionalmente determinados. Siempre vamos a “alguna parte”, estamos apremiados por resolver un “asunto”, nos dirigimos al trabajo o a casa: no hay nada gratuito en el movimiento de la multitud.
La experiencia de la deriva, tal como fue practicada por los surrealistas y los situacionistas, es una gozosa escapada fuera de las duras imposiciones del reino de la razón instrumental. Las personas que se entregan a la deriva, “renuncian, por un periodo mas o menos largo a las razones para desplazarse y actuar que le son generalmente habituales, para abandonarse a las solicitudes del terreno y a los encuentros que en el se dan.
El “derivante” al contrario del paseante, no se deja hipnotizar por el brillo de los escaparates y estanterías, sino que lleva su mirada mas allá. El profundo significado de la deriva, tiene la virtud misteriosa de otorgar, de un solo golpe, el sentido de la libertad. Y los transeúntes repentinamente aligerados de la envoltura de plomo de lo razonable, aparecen bajo otra luz, se vuelven inquietantes, en ocasiones cómicos. Suscitan angustia, pero también jubilo. 




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