Fragmento de Michael Lowy en La
estrella de la mañana. Romper la jaula de acero
El surrealismo no es, no ha sido
ni será jamás una escuela literaria o un grupo de artistas, sino un autentico
movimiento de rebelión del espíritu y una tentativa eminentemente subversiva de
reencantamiento del mundo, es decir, una tentativa de restablecer en el corazón
de la vida humana los momentos “encantados” borrados por la civilización: la poesía,
la pasión, el amor loco, la imaginación, la magia, el mito, lo maravilloso, el
sueño, la rebelión, la utopia de “cambiar la vida”
Si como señalaron, vivimos en un
mundo que se ha vuelto una autentica jaula de acero, el surrealismo viene a ser
el martillo encantado que nos permite romper los barrotes para acceder a la
libertad. El surrealismo es el puñal afilado que permite cortar los hilos de
esta tela de araña aritmética, un estado de insumisión que saca su fuerza
positiva, erótica y poética de las profundidades cristalinas del inconsciente. Esta
orientación del espíritu esta presente no solo en las “obras” que pueblan los
museos y las bibliotecas, sino igualmente en los juegos, los paseos, las
actitudes, los comportamientos. La deriva es un bello ejemplo.
La quintaesencia de la civilización
occidental moderna seria la acción-racional-con-finalidad, la racionalidad
instrumental, ésta impregna y da forma a cada gesto.
El movimiento de los individuos
en la calle es un buen ejemplo: si bien no esta ferozmente reglamentado como el
de las hormigas rojas, no esta, sin embargo, menos estrictamente orientado
hacia fines racionalmente determinados. Siempre vamos a “alguna parte”, estamos
apremiados por resolver un “asunto”, nos dirigimos al trabajo o a casa: no hay
nada gratuito en el movimiento de la multitud.
La experiencia de la deriva, tal
como fue practicada por los surrealistas y los situacionistas, es una gozosa
escapada fuera de las duras imposiciones del reino de la razón instrumental. Las
personas que se entregan a la deriva, “renuncian, por un periodo mas o menos
largo a las razones para desplazarse y actuar que le son generalmente
habituales, para abandonarse a las solicitudes del terreno y a los encuentros
que en el se dan.
El “derivante” al contrario del
paseante, no se deja hipnotizar por el brillo de los escaparates y estanterías,
sino que lleva su mirada mas allá. El profundo significado de la deriva, tiene
la virtud misteriosa de otorgar, de un solo golpe, el sentido de la libertad. Y
los transeúntes repentinamente aligerados de la envoltura de plomo de lo
razonable, aparecen bajo otra luz, se vuelven inquietantes, en ocasiones cómicos.
Suscitan angustia, pero también jubilo.
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