4.10.12

Carne de gallina inaugural. 1928. Salvador Dali




El extravagante título que Dalí da a su obra es posterior, al igual que la conclusión de su significado, pues en el momento de pintarlos no comprendía el significado de sus cuadros, eso no quiere decir que esos cuadros carezcan de concepto, al contrario, su significado es tan profundo que escapa al simple análisis de la intuición lógica.
Análisis habitual: La carne de gallina alude a estados de tensión del hombre y lo inaugural a su acercamiento con Gala, su mujer. Es una imagen manifestada en el subconsciente, no controlada y gestada en un periodo de sueño. Indica además el amenazador pánico practicado por Dalí ante el definitivo y previsible -lo inaugural- desenlace de sus problemas eróticos juveniles, representados en la figura masculina (el propio Dalí en la parte superior derecha) y, en cierto modo, el "sacrificado" desnudo femenino casi aplastado por los elementos del primer plano (abajo en el centro). El escenario donde se produce la acción ya ha aparecido en otras ocasiones y alude al mundo celeste. En la plataforma se organizan piedras como manifestaciones de los deseos de carácter sexual y alusiones a ese mundo sentimental. Estas piedras tienen una estructura biomórfica derivada de artistas como Miro, Jean Arp, etc. con carácter vital, expansivo y propias del surrealismo. La composición parte de unas diagonales que en cuanto superan el orden se convierten en desorden. A la derecha aparece una especie de radiografía alusiva a un hombre, el mencionado Dalí, con el sistema circulatorio, con una mano que sale de la cabeza y otra en la cintura referente a la mano masturbadora. Un cuadro a la izquierda sobre la plataforma nos recuerda el sistema circulatorio, el mundo de la pasión y de los impulsos. Entre la figura masculina se establece una línea blanca recta que lleva a una representación femenina que indica una relación entre el masturbador, Dalí, y la figura femenina, Gala.

Fragmento de Michael Lowy en La estrella de la mañana. Romper la jaula de acero

El surrealismo no es, no ha sido ni será jamás una escuela literaria o un grupo de artistas, sino un autentico movimiento de rebelión del espíritu y una tentativa eminentemente subversiva de reencantamiento del mundo, es decir, una tentativa de restablecer en el corazón de la vida humana los momentos “encantados” borrados por la civilización: la poesía, la pasión, el amor loco, la imaginación, la magia, el mito, lo maravilloso, el sueño, la rebelión, la utopia de “cambiar la vida”
Si como señalaron, vivimos en un mundo que se ha vuelto una autentica jaula de acero, el surrealismo viene a ser el martillo encantado que nos permite romper los barrotes para acceder a la libertad. El surrealismo es el puñal afilado que permite cortar los hilos de esta tela de araña aritmética, un estado de insumisión que saca su fuerza positiva, erótica y poética de las profundidades cristalinas del inconsciente. Esta orientación del espíritu esta presente no solo en las “obras” que pueblan los museos y las bibliotecas, sino igualmente en los juegos, los paseos, las actitudes, los comportamientos. La deriva es un bello ejemplo.
La quintaesencia de la civilización occidental moderna seria la acción-racional-con-finalidad, la racionalidad instrumental, ésta impregna y da forma a cada gesto.
El movimiento de los individuos en la calle es un buen ejemplo: si bien no esta ferozmente reglamentado como el de las hormigas rojas, no esta, sin embargo, menos estrictamente orientado hacia fines racionalmente determinados. Siempre vamos a “alguna parte”, estamos apremiados por resolver un “asunto”, nos dirigimos al trabajo o a casa: no hay nada gratuito en el movimiento de la multitud.
La experiencia de la deriva, tal como fue practicada por los surrealistas y los situacionistas, es una gozosa escapada fuera de las duras imposiciones del reino de la razón instrumental. Las personas que se entregan a la deriva, “renuncian, por un periodo mas o menos largo a las razones para desplazarse y actuar que le son generalmente habituales, para abandonarse a las solicitudes del terreno y a los encuentros que en el se dan.
El “derivante” al contrario del paseante, no se deja hipnotizar por el brillo de los escaparates y estanterías, sino que lleva su mirada mas allá. El profundo significado de la deriva, tiene la virtud misteriosa de otorgar, de un solo golpe, el sentido de la libertad. Y los transeúntes repentinamente aligerados de la envoltura de plomo de lo razonable, aparecen bajo otra luz, se vuelven inquietantes, en ocasiones cómicos. Suscitan angustia, pero también jubilo.